Nunca subestimes a
una mujer. Nunca presumas con ella de tener el dominio de la situación, o la
sartén por el mango. Nunca se te ocurra pensar cancheramente que, si ella está
de ida, tú ya estás de regreso. Nunca des por sentado que, por tener más años, más
experiencia, más recorrido o más mundo (según tu), le llevas considerable ventaja. Nunca
creas que fuiste tú el que la conquistó, o el que la tiene comiendo de tu mano.
Nunca siquiera sospeches que ella depende emocionalmente de ti, que sin ti no
viviría. Nunca. Ni un poquito.
En todos esos
casos, lo más probable (lo único probable, en realidad) es que ella esté
permitiendo que te lo creas.
La otra noche fui a
la casa de un “amigo” (en realidad fui a pedirle dinero prestado ) y me dijo:
–Mira lo que encontré
en YouTube.
Me acerqué su compu,
mire el título en la pantalla y me inquietó inmediatamente: “Ten tiny love
stories” (diez pequeñas historias de amor)
– ¿Qué tal está?,
le pregunte a mi pata, mientras se servía el suculento arroz con huevo que
acababa de prepararse.
–Te va a vacilar.
Hasta podrías escribir cualquier cosa de ahí, me dijo, sin dejar de hacer.
–Se ve bien, pero
tengo que zafar en media hora.
–Mírala un ratito,
baboso.
Como estaba
contrariado por el tiempo (y por supuesto por el dinero =P), me desparramé en
la silla de la pc pensando ver solo el inicio de la película, pero me envicié
tanto que no pude dejarla hasta el final. Vi las diez historias picando un poco
de arroz con huevo. Una tras una. Diez monólogos de aproximadamente diez
minutos cada uno. Uno mejor que el otro. Uno más revelador y descarnado que el
otro. Cuando el video terminó, estaba devastado.
No puedes ser el
mismo después de escuchar la confesión despellejada de diez mujeres. Diez
señoritas que no hacen otra cosa que hablarle a la cámara, tratando al
espectador como un analista, o mejor dicho, como un espejo que no tiene más
remedio que oír sus pensamientos, sus indiscreciones en carne viva, sus
mentiras más recurrentes, sus ideas más cochinas, sus conclusiones. Ellas están
ahí, como hablando solas, y tú las oyes, y te sientes un chismoso, un espía, un
detective. En verdad, te sientes como ellas quieren que te sientas. Ellas solo
desean saciar la urgencia de vomitar sus historias, y con la complicidad del
primer plano cerrado te hacen creer que tú –pobre idiota– has sido el elegido
para escucharlas.
Aunque cada
historia es diferente, todas las protagonistas comparten un rasgo: son dueñas y
artífices de la situación que narran. Las cosas buenas y malas que han vivido
al lado de hombres ocurrieron porque, en algún punto, ellas dejaron que
ocurran. Ellas dieron su conformidad, su autorización, su luz verde, su visto
bueno. Dijeron OK. Si salieron magulladas o triunfadoras, ese es otro cuento.
El meollo del asunto es que lo permitieron.
Cuando salí de la
casa de mi pata me quedé amasando esa
idea: los hombres históricamente hemos subestimado a las chicas. Hemos crecido
creyendo que se las puede hipnotizar, seducir, hacerles pisar el palito de
nuestras conveniencias. Hemos crecido creyendo que podemos hacerlas permanecer
a nuestro lado aún en contra de su voluntad (es obvio que yo no hice eso, me
faltan los argumentos para hacerlo, pero tengo que reconocer siempre lo pensé
así).
Sin embargo, me da
la impresión de que la sabiduría femenina consiste precisamente en hacernos
creer que somos necesarios. Ese es su gran talento. Su gran poder. Así como nos
endulzan y nos miman para que mantengamos el ego inflado como un globo, también
pueden, si les apetece, extraer una aguja imaginaria, pincharnos el autoestima,
y mandarse a mudar.
Mientras nosotros
medimos y probamos nuestra fuerza en actividades tan discutiblemente creativas
como, por ejemplo, peleas, el levantamiento de pesas, la carga de bloques cada vez
más pesados o el remolque de autos con los dientes (cualquier cosa que nos haga
sentir los más fuertes), ellas solo necesitan operar correctamente los
circuitos cerebrales y decir tres o cuatro cosas para desacomodarnos y vencer
nuestra resistencia.
Nunca como en estos
días el tan estúpido dicho popular “el hombre propone y la mujer dispone” me ha
sonado tan acertado.
Y es que es cierto:
los hombres siempre vamos a estar dispuestos a todo, siempre vamos a tener
ganas de hacer cosas. Ganas de salir, de chupar, de besuquear, ganas de portarnos
mal, ganas de hacer favores a cambio de tan poco. Parte de nuestra misión
cultural es ofrecer nuestros servicios de machos galantes. Prueba de eso es
que, desde tiempos inmemoriales, somos nosotros los encargados de hacer las
grandes preguntas, pero son ellas las que están en el lugar de decidir y
redondear respuestas (las tan ansiadas respuestas). Son ellas las que atajan o
permiten nuestros avances, según su humor y su termostato.
¿Cómo te llamas?
¿Quieres bailar? ¿Te animas a salir? ¿Me das tu teléfono? ¿A qué hora paso por
ti? ¿Me harías la taba por ahí? ¿Quieres estar conmigo? ¿Quieres ser mi
enamorada? ¿Quieres ser mi esposa? ¿Te casarías conmigo? ¿Estás hablando con
alguien más? ¿Me quieres solo un poco? ¿Ahora que pasara entre nosotros? ¿Y cómo es él? ¿En qué lugar se enamoró
de ti? ¿De dónde coño es? ¿A qué mierda dedica el tiempo libre?
Qué puto destino es
el de los hombres: preguntar.
Preguntar es arrojar una bola de barro al vacío
para ver qué tan lejos llega; es lanzar un grito desesperado a ver si la
montaña nos devuelve un mísero eco.
Todo el tiempo veo
a los chicos tratando de ligar en discos o en cualquier local nocturno. Atacan
a sus víctimas en manadas. Se acercan a un grupo de chicas, murmuran webadas y
rebotan a los pocos segundos. Intentan besarlas y a cambio reciben cachetadas,
insultos, desplantes. Como burros en primavera, se precipitan sobre ellas y
regresan apaleados.
En cambio, nunca he
visto a un chico negándose a besar a una mujer que de pronto se lo pide. Nunca
he sabido de ningún muchacho que haya rechazado la invitación de una señorita
para pasar una noche de juerga juntos, o que se haya horrorizado ante una
propuesta en teoría indecente.
Saben, hasta me
parece que nosotros los hombres damos risa. Creemos que piloteamos el avión de
nuestro destino, pero son ellas, las mujeres, las que deciden el rumbo de todas
las naves. Nosotros nos preciamos de llevar los pantalones, pero son ellas las
que tienen la correa. Ellas son más fuertes, quizá no en lo físico, pero sí en
lo cerebral y en lo anímico (puta madre no puedo creer que este escribiendo
esto).
Debe ser por eso que
(para vengarnos un poco de ellas) los chicos hemos inventado a los superhéroes:
musculosos que pueden volar, multiplicarse, estirarse, convertirse en animales,
en robots, en fuego, en lo que sea. Necesitamos creer que existe algún macho
superior a todo, capaz de dominar al resto, aunque para eso tenga que usar
antifaz, malla y bikini (ósea un look medio gay). No importa. Ese es el precio
que hay que pagar. Los superhéroes enmascarados son los que sacan la cara por
nosotros. Las mujeres, en cambio, no necesitan de esas ayuditas simbólicas.
Ellas ya tienen poder suficiente como para, encima, apoyarse en figuritas de
ficción. ¿Acaso alguna vez han visto a una mujer con súper poderes? Y no me
digan que la Mujer
Maravilla , que esa tía fofa no hace nada muy distinto de lo
que hacen el común de las mujeres. Se pone unos brazaletes muy ostentosos, un
calzón muy apretado y se da tres vueltas antes de desaparecer. Al fin, Todas
hacen lo mismo. Jaaaa
Desde hace casi un
mes siento que Tú me has superado en todo, que eres mas fuerte, me siento nervioso contigo, tengo
miedo de fallar, tengo fobia a que tu pienses que soy uno más del montón,
rebusco mentalmente cada palabra antes de decírtela, te tengo en un pedestal. Y
no es una obligación, es lo que tú mereces; no sé si seré yo, pero mereces a
alguien que te de eso y muchísimo más; creo que podría pasarme escribiendo todo
lo bueno que me haces sentir y no sería suficiente, es cierto, me dijiste que también
tienes un lado oscuro, pero creo que tu lado “bueno” es tan radiante que ni
siquiera se compara y lo opaca absolutamente.
Así que desde hoy, me
senté a esperarte en la vereda de tu casa, a esperar que un día de estos caiga
una flor de tu ventana, una respuesta, una decisión; no sé cuánto tiempo estaré aquí, no sé si caerá algo
para mí, pero lo que sí sé (más allá de la incertidumbre de saber que vaya a pasar
entre nosotros), es que no me arrepiento de estar aquí. Tú vales todo este
sacrificio.
Que lindoooooooooo, y si te doy mi direccion vendrias a sentarte a esperar por mi??? Di que siiiiiiiiiiii (:
ResponderBorrarjajaja bueno no se que decir, solo ruego a Dios que seas una mujer =D
Borrarja, si lo soy tontoooooooooooo ;)
BorrarEntonces quédate tranquila que seguramente ya tienes a alguien esperando que dejes caer esa flor. Gracias por leerme y comentar =)
BorrarCuidado que los vecinos pueden llamar a serenazgo ;)
Borrarjajaja, tengo que confesar que no había pensado en eso, pero ten por seguro que no estaré ahí para siempre =)
BorrarEsta relindo, sabes me gustaría conocerte personalmente, es posible eso?? =P
ResponderBorrarjajaja claro a penas salga de la carcel, te mando mi direccion =)
Borrarpor lo menos ya se que no te dieron cadena perpetua =))))
ResponderBorrarMe quedo con este, para mi es el último. Punto Final.
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