viernes, 10 de julio de 2015

Tus lindos 3 metros de altura

Nunca subestimes a una mujer. Nunca presumas con ella de tener el dominio de la situación, o la sartén por el mango. Nunca se te ocurra pensar cancheramente que, si ella está de ida, tú ya estás de regreso. Nunca des por sentado que, por tener más años, más experiencia, más recorrido o más mundo (según tu), le llevas considerable ventaja. Nunca creas que fuiste tú el que la conquistó, o el que la tiene comiendo de tu mano. Nunca siquiera sospeches que ella depende emocionalmente de ti, que sin ti no viviría. Nunca. Ni un poquito.

En todos esos casos, lo más probable (lo único probable, en realidad) es que ella esté permitiendo que te lo creas.

La otra noche fui a la casa de un “amigo” (en realidad fui a pedirle dinero prestado ) y me dijo:

–Mira lo que encontré en YouTube.

Me acerqué su compu, mire el título en la pantalla y me inquietó inmediatamente: “Ten tiny love stories” (diez pequeñas historias de amor)

– ¿Qué tal está?, le pregunte a mi pata, mientras se servía el suculento arroz con huevo que acababa de prepararse.

–Te va a vacilar. Hasta podrías escribir cualquier cosa de ahí, me dijo, sin dejar de hacer.

–Se ve bien, pero tengo que zafar en media hora.

–Mírala un ratito, baboso.

Como estaba contrariado por el tiempo (y por supuesto por el dinero =P), me desparramé en la silla de la pc pensando ver solo el inicio de la película, pero me envicié tanto que no pude dejarla hasta el final. Vi las diez historias picando un poco de arroz con huevo. Una tras una. Diez monólogos de aproximadamente diez minutos cada uno. Uno mejor que el otro. Uno más revelador y descarnado que el otro. Cuando el video terminó, estaba devastado.

No puedes ser el mismo después de escuchar la confesión despellejada de diez mujeres. Diez señoritas que no hacen otra cosa que hablarle a la cámara, tratando al espectador como un analista, o mejor dicho, como un espejo que no tiene más remedio que oír sus pensamientos, sus indiscreciones en carne viva, sus mentiras más recurrentes, sus ideas más cochinas, sus conclusiones. Ellas están ahí, como hablando solas, y tú las oyes, y te sientes un chismoso, un espía, un detective. En verdad, te sientes como ellas quieren que te sientas. Ellas solo desean saciar la urgencia de vomitar sus historias, y con la complicidad del primer plano cerrado te hacen creer que tú –pobre idiota– has sido el elegido para escucharlas.

Aunque cada historia es diferente, todas las protagonistas comparten un rasgo: son dueñas y artífices de la situación que narran. Las cosas buenas y malas que han vivido al lado de hombres ocurrieron porque, en algún punto, ellas dejaron que ocurran. Ellas dieron su conformidad, su autorización, su luz verde, su visto bueno. Dijeron OK. Si salieron magulladas o triunfadoras, ese es otro cuento. El meollo del asunto es que lo permitieron.

Cuando salí de la casa de mi pata  me quedé amasando esa idea: los hombres históricamente hemos subestimado a las chicas. Hemos crecido creyendo que se las puede hipnotizar, seducir, hacerles pisar el palito de nuestras conveniencias. Hemos crecido creyendo que podemos hacerlas permanecer a nuestro lado aún en contra de su voluntad (es obvio que yo no hice eso, me faltan los argumentos para hacerlo, pero tengo que reconocer siempre lo pensé así).

Sin embargo, me da la impresión de que la sabiduría femenina consiste precisamente en hacernos creer que somos necesarios. Ese es su gran talento. Su gran poder. Así como nos endulzan y nos miman para que mantengamos el ego inflado como un globo, también pueden, si les apetece, extraer una aguja imaginaria, pincharnos el autoestima, y mandarse a mudar.

Mientras nosotros medimos y probamos nuestra fuerza en actividades tan discutiblemente creativas como, por ejemplo, peleas, el levantamiento de pesas, la carga de bloques cada vez más pesados o el remolque de autos con los dientes (cualquier cosa que nos haga sentir los más fuertes), ellas solo necesitan operar correctamente los circuitos cerebrales y decir tres o cuatro cosas para desacomodarnos y vencer nuestra resistencia.

Nunca como en estos días el tan estúpido dicho popular “el hombre propone y la mujer dispone” me ha sonado tan acertado.

Y es que es cierto: los hombres siempre vamos a estar dispuestos a todo, siempre vamos a tener ganas de hacer cosas. Ganas de salir, de chupar, de besuquear, ganas de portarnos mal, ganas de hacer favores a cambio de tan poco. Parte de nuestra misión cultural es ofrecer nuestros servicios de machos galantes. Prueba de eso es que, desde tiempos inmemoriales, somos nosotros los encargados de hacer las grandes preguntas, pero son ellas las que están en el lugar de decidir y redondear respuestas (las tan ansiadas respuestas). Son ellas las que atajan o permiten nuestros avances, según su humor y su termostato.

¿Cómo te llamas? ¿Quieres bailar? ¿Te animas a salir? ¿Me das tu teléfono? ¿A qué hora paso por ti? ¿Me harías la taba por ahí? ¿Quieres estar conmigo? ¿Quieres ser mi enamorada? ¿Quieres ser mi esposa? ¿Te casarías conmigo? ¿Estás hablando con alguien más? ¿Me quieres solo un poco? ¿Ahora que pasara entre nosotros? ¿Y cómo es él? ¿En qué lugar se enamoró de ti? ¿De dónde coño es? ¿A qué mierda dedica el tiempo libre?

Qué puto destino es el de los hombres: preguntar. 

Preguntar es arrojar una bola de barro al vacío para ver qué tan lejos llega; es lanzar un grito desesperado a ver si la montaña nos devuelve un mísero eco.

Todo el tiempo veo a los chicos tratando de ligar en discos o en cualquier local nocturno. Atacan a sus víctimas en manadas. Se acercan a un grupo de chicas, murmuran webadas y rebotan a los pocos segundos. Intentan besarlas y a cambio reciben cachetadas, insultos, desplantes. Como burros en primavera, se precipitan sobre ellas y regresan apaleados.

En cambio, nunca he visto a un chico negándose a besar a una mujer que de pronto se lo pide. Nunca he sabido de ningún muchacho que haya rechazado la invitación de una señorita para pasar una noche de juerga juntos, o que se haya horrorizado ante una propuesta en teoría indecente.

Saben, hasta me parece que nosotros los hombres damos risa. Creemos que piloteamos el avión de nuestro destino, pero son ellas, las mujeres, las que deciden el rumbo de todas las naves. Nosotros nos preciamos de llevar los pantalones, pero son ellas las que tienen la correa. Ellas son más fuertes, quizá no en lo físico, pero sí en lo cerebral y en lo anímico (puta madre no puedo creer que este escribiendo esto).

Debe ser por eso que (para vengarnos un poco de ellas) los chicos hemos inventado a los superhéroes: musculosos que pueden volar, multiplicarse, estirarse, convertirse en animales, en robots, en fuego, en lo que sea. Necesitamos creer que existe algún macho superior a todo, capaz de dominar al resto, aunque para eso tenga que usar antifaz, malla y bikini (ósea un look medio gay). No importa. Ese es el precio que hay que pagar. Los superhéroes enmascarados son los que sacan la cara por nosotros. Las mujeres, en cambio, no necesitan de esas ayuditas simbólicas. Ellas ya tienen poder suficiente como para, encima, apoyarse en figuritas de ficción. ¿Acaso alguna vez han visto a una mujer con súper poderes? Y no me digan que la Mujer Maravilla, que esa tía fofa no hace nada muy distinto de lo que hacen el común de las mujeres. Se pone unos brazaletes muy ostentosos, un calzón muy apretado y se da tres vueltas antes de desaparecer. Al fin, Todas hacen lo mismo. Jaaaa

Desde hace casi un mes siento que Tú me has superado en todo, que eres mas fuerte, me siento nervioso contigo, tengo miedo de fallar, tengo fobia a que tu pienses que soy uno más del montón, rebusco mentalmente cada palabra antes de decírtela, te tengo en un pedestal. Y no es una obligación, es lo que tú mereces; no sé si seré yo, pero mereces a alguien que te de eso y muchísimo más; creo que podría pasarme escribiendo todo lo bueno que me haces sentir y no sería suficiente, es cierto, me dijiste que también tienes un lado oscuro, pero creo que tu lado “bueno” es tan radiante que ni siquiera se compara y lo opaca absolutamente.

Así que desde hoy, me senté a esperarte en la vereda de tu casa, a esperar que un día de estos caiga una flor de tu ventana, una respuesta, una decisión; no sé cuánto tiempo estaré aquí, no sé si caerá algo para mí, pero lo que sí sé (más allá de la incertidumbre de saber que vaya a pasar entre nosotros), es que no me arrepiento de estar aquí. Tú vales todo este sacrificio.








10 comentarios:

  1. Que lindoooooooooo, y si te doy mi direccion vendrias a sentarte a esperar por mi??? Di que siiiiiiiiiiii (:

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    1. jajaja bueno no se que decir, solo ruego a Dios que seas una mujer =D

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    2. ja, si lo soy tontoooooooooooo ;)

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    3. Entonces quédate tranquila que seguramente ya tienes a alguien esperando que dejes caer esa flor. Gracias por leerme y comentar =)

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    4. Cuidado que los vecinos pueden llamar a serenazgo ;)

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    5. jajaja, tengo que confesar que no había pensado en eso, pero ten por seguro que no estaré ahí para siempre =)

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  2. Esta relindo, sabes me gustaría conocerte personalmente, es posible eso?? =P

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    1. jajaja claro a penas salga de la carcel, te mando mi direccion =)

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  3. por lo menos ya se que no te dieron cadena perpetua =))))

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  4. Me quedo con este, para mi es el último. Punto Final.

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