Sabes que una chica te gusta cuando te pasa la voz para
a ver cualquier película ridículamente cursi, y le dices que irás encantado,
cuando bien es sabido entre los honorables miembros de tu cada vez más reducido
círculo de amistades que las pelis románticas te despiertan la misma letal
indiferencia que, por ejemplo, los libros de Derecho, las recetas de cocina, o
el plan contable.
Sabes que una chica te gusta cuando le envías un
mensaje de texto al celular y te pasas los siguientes minutos contemplando la pantalla
de tu teléfono, esperando su respuesta, con una ansiedad solo comparable a la
ansiedad que tuviste de Cachimbo, cuando al borde de la desesperación estabas
al pendiente de la radio (rodeado de tíos y tías) esperabas nervioso los
resultados (casi catastróficos) de tu examen de admisión. Y de hecho sabes que
ella te gusta cuando, al comprobar que su respuesta no llega, te empiezas a
bombardear a ti mismo de mensajes de texto, con la única finalidad de comprobar
que la línea del celu no se ha caído justo cuando más lo necesitas.
Sabes que una chica te gusta cuando una noche estás
saliendo de la U o de cualquier sitio muerto de hambre, con las glándulas
salivales en ebullición por no haber almorzado, pensando en devorarte una
hamburguesa con huevo montado, salchichas y cualquier cosa comestible, y de
pronto recibes una llamada de ella preguntándote si te darías una vueltita por
su casa, porque tiene que verte. Como el corazón tiene la capacidad de
neutralizar al estómago (igual que la piedra a la tijera en el yan–kem–po),
reprimes el hambre de prisionero de guerra que te marea, y cambias de
dirección, con tal de ir, verla y oírla hablar de cualquier cosa: la universidad,
el trabajo, el futuro, el fin del mundo, la inflación. Lo que sea.
Sabes que una chica te atrae cuando, luego de oír de su
boca una frase medianamente prometedora, empiezas a sonreírle a todo el mundo.
Les das monedas a los mendigos en las esquinas; les compras caramelos a los
chibolos; dejas que el cobrador de la combi se quede con el vuelto. Te sientes
un hombre de bien porque a ella, aparentemente, le gustas. Apenas te ha dicho
que eres “lindo”, pero para ti esas dos sílabas gozan de una potencia
estereofónica sobre la que se construye tu autoestima y extraordinario buen
humor. En vez de caminar por la calle, bailas. Te trepas en los postes como un bailarín
fuera de forma, saltas juntando los tacones en el aire, les pellizcas los
cachetes a los niños gorditos y les cedes el lugar a las señoras en la combi.
Pareces un mimo huevón que no tiene otra cosa que hacer que contagiar su
estúpida felicidad a los demás. Pobre idiota. No sabes que el día que ella te
diga que no quiere verte nunca más, el mundo te parecerá el Infierno mismo. Si
ese día maldito, a un viejito se le ocurre la mala idea de pedirte que por
favor le ayudes a cruzar la calle, pobre de él: lo mirarás con odio, lo
mandarás al diablo, y no contento con ello lo golpearás con su propio bastón
hasta partirlo en 2 y dejarlo tirado en la acera como una envoltura de galleta.
Bueno no tanto así.
Sabes que una chica te está volviendo un tanto loco
cuando, en pleno estudio, cuando el caos de la universidad está en su punto más
álgido, cuando los chicos que estudian contigo en la universidad te revientan
el teléfono para darte, responsablemente, los últimos datos del trabajo de
mañana, y tú (hecho un huevas) no les contestas, porque estás navegando por
Internet, leyendo la más inflamada poesía amorosa, sin quitarte los audífonos,
a través de los cuales escuchas, una y otra vez, una canción tan
formidablemente tonta como “cada mañanita” de Julio Andrade.
Sabes que una mujercita te gusta más de lo debido
cuando te metes a su perfil de Facebook e inviertes horas de horas en
escudriñar sus fotos, leer con detenimiento su perfil, y buscar algo de
información útil sobre sus gustos, sus preferencias y, sobre todo, sus amigos.
Tienes que hacer trabajos urgentes, tienes que estudiar para el examen del día
siguiente, tienes que preparar tu exposición, y sin embargo estás ahí,
atrofiado, mirando (pixel por pixel) la sonrisa estática de la chica que se te
ha metido en el cerebro como un imperceptible virus africano.
Sabes que una chica te gusta cuando al momento de
vestirte para salir con ella recuerdas un comentario suyo: “me encanta cómo te
queda esa camisa”; y empiezas (desesperado) a buscar “esa” camisa por todos los
rincones de tu casa. Abres los clósets reservados a la ropa vieja, te metes en
un océano de prendas guardadas por años, y ahí, ahogándote con el olor a
polilla muerta, rescatas una camisa de la década pasada, cuyo diseño está
completamente fuera de onda. Te la pones creyéndote muy rico, sin saber que lo
primero que la chica te dirá al verte es: “por qué siempre te pones la misma
camisa”.
Sabes que una chica te gusta cuando, antes de darle el
encuentro, acaso intuyendo que existe una micro posibilidad de robarle un beso,
te cepillas los dientes con inusual afán, repasándote una y otra vez el hilo
dental por los escondrijos más inaccesibles de tu boca (ahí, entre la
endodoncia, los puentes y la caries), y sorbiendo verdaderos ‘shots’ de
Listerine para evitar que ella perciba el más mínimo rastro del olor del
pantagruélico Ceviche que te empujaste a la hora del almuerzo.
Sabes que ella te gusta cuando te pide que la acompañes
a una reunión con sus amigos en un pub oscuro y aburrido, y tú (que eres un
discapacitado para apreciar los momentos que disfrutan otras personas sientes
claustrofobia en esos locales) no solo la acompañas ‘feliz de la vida’, sino
que durante las interminables tres horas que dura el martirio mueves los pies,
tamborileas la mesa y haces la finta gestual de que estás disfrutando
plenamente el acontecimiento.
Sabes que una chica te está metiendo en problemas
sentimentales cuando, durante una luz verde, te quedas mirando un punto fijo
(un cartel, una casa, una nube), abandonándote al tonto ejercicio de la imaginación,
mientras los apurados conductores a tu lado tocan el claxon, y te empapan de delicados
insultos entre los que destacan ciertas alusiones que tienen a tu señora madre
como perjudicada protagonista.
También sabes que una mujer te gusta cuando te levantas
por la mañana y es en ella en lo primero que piensas. Y mientras te desperezas dices
su nombre, y al pronunciarlo te da la impresión de que se trata del nombre más
bonito del mundo. No importa que sea Gertrudis, Josefa, Ruperta o Teófila.
Cuando alguien te gusta, su nombre destila e irradia una extraña belleza
etimológica.
Sabes que una chica te gusta cuando, haces leña de tus
ideas y convicciones supuestamente más enraizadas, empiezas a torcer tus
opiniones con tal de calzar en el imaginario que ella va delineando en sus
conversaciones. Si ella dice que le gusta el campo más que el mar, pues a ti,
de pronto, también te gusta (aunque odies a los mosquitos, aunque tengas
alergia al pasto y aunque el contacto con las plantas te saque roncha). Si ella
cuenta que acude a Misa puntualmente todos los domingos y que le gusta hacer
obras sociales, tú desempolvas tus lecturas de catequista reprimido y sacas a
relucir el lado menos marchito de tu catolicismo abandonado. Y si ella dice que
su comida preferida es el ‘tocosh’, pues tú la llevas a un restaurante de
comida típica y tragas todo el ‘tocosh’
que ella te da de comer, uno tras otro, sin importar que esa comida te produzcan
dolores de cabeza, gases, dolor de barriga y serios ataques de nauseas.
Sabes que te gusta una chica cuando empiezas a
considerar que Corazón Serrano no canta tan mal después de todo, porque una de
sus canciones era la que sonaba de fondo en el taxi mientras ella accedía a
darte el primer beso.
Sabes que te encanta cuando has quedado con ella en
encontrarte en un lugar a las, digamos, 7 de la noche, y todo el puto día se te
pasa lentísimo. Miras el reloj compulsivamente, haciendo fuerza mental para que
el minutero se mueva a mayor velocidad. La expectativa te mantiene intranquilo,
inquieto. El tiempo avanza como una procesión. A falta de solo una hora para
las 7 de la noche simplemente ya no puedes más con tu alma. Será la hora más
larga de las muchas que has vivido y de las muchas que te tocará vivir.
Sabes que te gusta alguien cuando te importan una
mierda las tradicionales pichangas de fulbito de los jueves, las inter diarias
charlas nocturnas con tus patas del barrio, o todo lo que antes ocupaba tu
tiempo libre. Ahora solo quieres estar al lado de ella. Y si uno de tus mejores
amigos te llama al celular porque necesita ayuda, y al hacerlo interrumpe un
momento íntimo, pues lo mandas al carajo sin la menor culpa. Y si tú mismo
organizas una esperada reunión de patas que no se ven hace siglos, pues la
desbaratas si ella te llama para decirte… Hay que hacer algo juntos?
Sabes que una chica te gusta cuando crees que Huaraz es
la mejor ciudad solo porque ella vive ahí. Tú (que siempre rajaste contra el frío,
las lluvias torrenciales, la basura) ahora estás fascinado con vivir aquí, y no
pasas una noche sin agradecerle a Dios (de quien te has vuelto un hincha
acérrimo) por haberte permitido vivir en esta tan generosa ciudad.
Sabes que una chica te interesa cuando, a pesar de tus veintitantos
años y de tu retórica y poco fructífera experiencia en estas lides, asumes con
ella el ridículo comportamiento de un novel adolescente, y dejas de ser un
hombre libre y aplomado que se mueve con algún talento (no se cual, pero alguno
debe haber) para convertirte en un pelele carcomido por las dudas.
Por último, sabes que una chica te gusta un montón
cuando pierdes cerca de dos horas en elaborar una pormenorizada lista de
situaciones que te demuestran que te gusta. Escribes un texto sobre eso y lo
cuelgas en tu blog, cruzando los dedos para que ella lo lea pronto, se
emocione, se aloque y te pegue un telefonazo (o te ponga siquiera un estado en
el Facebook o un mail) para decirte cuánto le gustas tú.
Pregunta obligatoria: ¿cuándo sabes que alguien te
gusta? Quizá tus indicadores sean más precisos que los míos.
Hey Deza, ojalá sea yo quien te gusta, te quedó lindo, sabes, te quiero sin conocerte, un beso ;)
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